Pablo Picasso
Girl before the mirror, 1932.
(Escena escrita por Analía Moschini)
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Una habitación
en penumbra, semivacía. Un espejo atrae la poca luz que hay. Se percibe el
afuera. Destellos de luz intermitente de algún cartel de neón que falla.
Sonidos, autos, voces, risas, una puerta que se golpea repetidamente a lo lejos,
un colectivo que frena. Adentro, silencio atrapado.
Viernes 22 de
Julio. Hoy Soledad cumple 40 años. Ya es noche. Se sirve una copa más del vino
que estaba bebiendo mientras observa la vida detrás de la ventana. Un sorbo
más. Mantiene la copa apoyada sobre sus labios. Un segundo, un minuto. Obtura.
Tapa. Un segundo más, una vida. La copa sigue apoyada en sus labios. La mirada
perdida. Su respiración comienza a alterarse. Todo su ser se tensiona. Parece atrapada, incapaz de moverse. Son
segundos eternos. Tensión. Haciéndose dueña de una fuerza desconocida y como si
en el único movimiento capaz de hacer le fuera la vida lanza la copa contra el
piso. Un estallido. Estruendo en el silencio.
Soledad,
descalza, no repara en los vidrios ni en el vino en el piso. Respiración
agitada. Ya todo en su cuerpo indica
temor, angustia. Avanza lentamente hacia el espejo. Arrastra sus pies. Sus
manos y brazos se extienden ligeramente hacia adelante inseguramente
defensivos. Aun así avanza hacia aquel espejo antiguo. Ya no se ven de esos.
Marco de madera, macizo, robusto, ovalado, de cuerpo entero.
Silencio.
Soledad se observa. Soledad se busca, allí de pie, descalza y sola, frente al
espejo. Lo toma con las dos manos. Recién ahora la tensión y la angustia se
convierten en lágrimas. No deja de mirarse.
“No fue mi
culpa”, primero es solo un susurro, una palabra débil, entrecortada, vacilante
y luego la otra. No deja de mirarse. El silencio atrapado se escapa, se libera.
Repite ahora si en un llanto angustioso pero cargado de fuerza, de vida, “No
fue mi culpa”. Solo llanto. La mirada siempre en el espejo. “Dejame”, suplica
mientras logra soltar lentamente aquel espejo. Su mirada no lo deja. Inclina su
cabeza hacia abajo. Observa. Ya no hay nada del afuera. Silencio absoluto.
Suplicante, amable, compasiva… “Crecé.” Ella sigue ahí.
Soledad ahora suena
cada vez más segura, más entera. “No fue tu culpa.” Tiene una voz firme “No podías hacer nada.” Una pausa. Silencio.
Un grito. "¡No, no me callo!"
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