domingo, 31 de julio de 2016

Picasso - Girl before a mirror




Pablo Picasso
Girl before the mirror, 1932.
(Escena escrita por Analía Moschini)

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Una habitación en penumbra, semivacía. Un espejo atrae la poca luz que hay. Se percibe el afuera. Destellos de luz intermitente de algún cartel de neón que falla. Sonidos, autos, voces, risas, una puerta que se golpea repetidamente a lo lejos, un colectivo que frena. Adentro, silencio atrapado.

Viernes 22 de Julio. Hoy Soledad cumple 40 años. Ya es noche. Se sirve una copa más del vino que estaba bebiendo mientras observa la vida detrás de la ventana. Un sorbo más. Mantiene la copa apoyada sobre sus labios. Un segundo, un minuto. Obtura. Tapa. Un segundo más, una vida. La copa sigue apoyada en sus labios. La mirada perdida. Su respiración comienza a alterarse. Todo su ser se tensiona.  Parece atrapada, incapaz de moverse. Son segundos eternos. Tensión. Haciéndose dueña de una fuerza desconocida y como si en el único movimiento capaz de hacer le fuera la vida lanza la copa contra el piso. Un estallido. Estruendo en el silencio.

Soledad, descalza, no repara en los vidrios ni en el vino en el piso. Respiración agitada.  Ya todo en su cuerpo indica temor, angustia. Avanza lentamente hacia el espejo. Arrastra sus pies. Sus manos y brazos se extienden ligeramente hacia adelante inseguramente defensivos. Aun así avanza hacia aquel espejo antiguo. Ya no se ven de esos. Marco de madera, macizo, robusto, ovalado, de cuerpo entero.
Silencio. Soledad se observa. Soledad se busca, allí de pie, descalza y sola, frente al espejo. Lo toma con las dos manos. Recién ahora la tensión y la angustia se convierten en lágrimas. No deja de mirarse.


No fue mi culpa”, primero es solo un susurro, una palabra débil, entrecortada, vacilante y luego la otra. No deja de mirarse. El silencio atrapado se escapa, se libera. Repite ahora si en un llanto angustioso pero cargado de fuerza, de vida, “No fue mi culpa”. Solo llanto. La mirada siempre en el espejo. “Dejame”, suplica mientras logra soltar lentamente aquel espejo. Su mirada no lo deja. Inclina su cabeza hacia abajo. Observa. Ya no hay nada del afuera. Silencio absoluto. Suplicante, amable, compasiva… “Crecé.” Ella sigue ahí. 
Soledad ahora suena cada vez más segura, más entera. “No fue tu culpa.” Tiene una voz firme  “No podías hacer nada.” Una pausa. Silencio. Un grito. "¡No, no me callo!" 


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